Hay una gran parte de mi trabajo que es imposible mostrar en redes sociales. De hecho, es la parte más importante y a la que le he dedicado más tiempo durante los últimos 6 o 7 años. La medicina herbal, en su esencia, es la relación con las plantas. Es salir a caminar la tierra que cuido; es hablar con ella, es ser testigo de los cambios que trae cada día, cada estación, cada año.
Mi trabajo está enraizado en la experiencia de caminar descalza en este mismo terreno hace más de diez años. El conocimiento que tengo nace de algo mucho más profundo que los años de estudio formal de la herboristería: nace del vínculo, de la escucha atenta, de la repetición diaria y el compromiso constante. Y a veces me cuesta resumir todo eso en 90 segundos de un reel o en un carrusel de imágenes diseñado para captar la atención de personas que están scrolleando sin parar —una meta absurda de este mundo que exige todo de inmediato. La herboristería se aprende en contexto, con conversaciones largas, llenas de matices, a sorbitos de infusión caliente, trenzando hojas en el pelo.
Es a través de la devoción a este pedazo de tierra, de las conversaciones con las hormigas, de agradecer a las plantas y de interactuar con ellas a diario, que he llegado a recibir un pequeño fragmento de la sabiduría infinita que poseen. Ellas están dispuestas a compartirla si realmente estamos dispuestas a escuchar. No desde la prisa ni desde el consumo superficial. Es escuchar de verdad, integrar, practicar, reflexionar, absorber.
Hay una economía de la atención que se sostiene sobre el extractivismo: extrae datos, tiempo, concentración, recursos. La forma en que circula el conocimiento en redes muchas veces replica esa lógica también. Pero la medicina de las plantas no entra en esa lógica. No es un dato rápido ni una receta universal. Es otra cosa. Es lento, es personal, es cambiante. Yo no quiero reproducir esa dinámica que transforma todo en "contenido" - incluso aquello que requiere presencia, cuidado y responsabilidad. Porque las plantas —como los saberes verdaderos— no son un producto: son una relación viva.